Es innegable que la pandemia por Coronavirus (COVID-19), se ha convertido en una emergencia de salud pública que abarca con preocupación a gran parte de la población mundial, pues no solo se ha demostrado su impacto en la salud física de las personas, sino que además ha dejado en evidencia su poder para deteriorar otros aspectos de la vida,
entre ellos la salud mental de las personas, aspecto que no ha tenido mucho enfasis en la sociedad pero si ha tenido el suficiente para poder considerarse a esta enfermedad como un enorme desafío a la salud mental.
En relación con lo mencionado, es oportuno destacar, que a lo largo de la historia, se llevaron a cabo estudios para determinar si la aparición de epidemias, entre ellas la epidemia del Sindrome Respiratorio Agudo Grave (SARS-CoV) en 2003 y, la epidemia del Sindrome Respiratorio del Medio Oriente (MERS-CoV) en 2012, producian consecuencias psicosociales en la problación afectada por estas, circunstancias que quedaron demostradas, enfatizandose que estas consecuencias se producían a nivel individual y comunitario; y, las más notables eran: Las multiples alteraciones psicologicas que van desde sintomas aislados hasta la producción de transtornos complejos que producen a su vez un marcado deterioro de la funcionalidad de la persona que la padece, quien generalmente lo refleja a través de insomnios, ansiedad, depresión y en el peor de los casos por medio del trastorno por estres postraumantico.
Partiendo de estos señalamientos, se puede decir entonces, que la pandemia del COVID-19, no esta aislada de la realidad descrita, en vista de que se ha evidenciado la presencia de consecuencias psicosociales similares a las descritas anteriormente originadas en las personas posterior a la producción de esta enfermedad, lo cual no se ha proyectado con intesidad debido a que la atención focal que existe respecto al COVID-19 va dirigida principalmente a la transmisión y consecuencias físicas que puede generar en el mundo.
Sin embargo, este contexto ha causado preocupación, debido a que ha ocasionado que en las personas que las presentan, se produzcan trastornos mucho más complejos que una simple sintomatología psiquiátrica, como por ejemplo el trastorno de la depresión, que no solo afecta a quienes se han contagiado de la enfermedad, sino también a quienes se encuentran confinados para no contagiarse y al personal de salud dispuesto para luchar contra esta terrible enfermedad.
En consecuencia, es conveniente señalar que la depresión es un trastorno que se presenta por medio de un conjunto de síntomas de predominio afectivo, entre las que destacan: tristeza patológica, apatía, anhedonia, desesperanza, decaimiento, irritabilidad, sensación subjetiva de malestar e impotencia frente a las exigencias de la vida; síntomas que concurren en muchos casos con síntomas de tipo cognitivo, volitivo y somático.
Ahora bien, realizados estos señalamientos, se debe señalar que la depresión en este ambiente afecta principalmente a los enfermos y a sus familias, quienes al ver amenazada su vida o la de sus familiares, y su supervivencia, pueden llegar a presentar angustia marcada, tristeza, sensación de desamparo, e inclusive pueden llegar a configurar un estado de duelo o cualquier otro sintoma propio de la depresión.
Igualmente, afecta al resto de la población que ha decidido confinarse para evitar el contagio del COVID-19, en este caso, se consideran vulnerables producto de su aislamiento social y de las restricciones de movilidad que han establecido en los diferentes países del mundo, entre ellos Venezuela, además del pobre contacto con los demás; lo cual genera tristeza, apatía, irritabilidad, sensación de impotencia en conjunto con la incertidumbre de no saber cuando será controlado este problema sanitario.
Similarmente afecta al personal de salud (enfermeras y médicos), que trabajan directamente con pacientes en cuarentena producto de su contagio de esta enfermedad.
Este grupo de personas, manifiestan síntomas depresivos producto de su aislamiento social, de la separación de sus queridos que en muchas ocasiones es impuesta por el compromiso con su carrera, de la exposición directa a la enfermedad y el miedo a contraerla infección, y en otros casos por dilemas éticos en relación a la poca existencia de recursos humanos para tratar a los pacientes gravemente enfermos; además, se ha observado también que muchos han sido los casos donde se han desencadenado trastornos graves de depresión en médicos o enfermeras que han presenciado la muerte masiva de pacientes o del mismo personal sanitario.
En síntesis, se está en presencia de un nuevo virus, altamente contagioso y que ha originado de forma obligatoria el aislamiento social debido a la amenaza inminente de la vida y la salud física de todos los que habitan en la sociedad mundial, inclusive del personal de salud a quienes les corresponde luchar contra ella. Esta circunstancia tan generalizada ha originado que el trastorno de la depresión haya tomado hoy en día un auge desproporcionado, por lo cual es necesario que las entidades de salud mental desarrollen estrategias que garanticen una reacción positiva que ayude como soporte a la población afectada para evitar la aparición y el impacto de este trastorno en la vida de quienes la integran.