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Confiar y Renovar Fuerzas

Expresar los sentimientos con lágrimas

    los cristianos también lloran

    Lo natural es el dolor ante la muerte. De la primera y segunda parte de este tema se deduce que nuestra reacción espontánea ante la muerte sea de dolor y de rechazo. ¡Esto sí que es natural! Aquí es donde empezamos a entender que los creyentes también lloran. Lloramos porque el trauma de la separación, en sí mismo, es idéntico al del no creyente. La esperanza firme en una vida nueva con Cristo no detiene de forma automática las lágrimas. La Biblia es muy realista cuando nos narra de la manera más natural el duelo de grandes siervos de Dios, desde los patriarcas hasta los ancianos de la iglesia de Éfeso. De ellos nos dice Lucas que “hubo gran llanto de todos; y echándose al cuello de Pablo le besaban, doliéndose en gran manera por la palabra que dijo de que no verían más su rostro” (Hechos 20:37-38).

    Aceptar que los creyentes también lloran

    “Tampoco queremos, hermanos, que… os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza” 1 Tesalonicenses  4:13

    ¿Puede llorar un creyente? ¿No es ello expresión de una fe pobre? ¿Cuál es la reacción correcta de un cristiano durante el luto?

    Estas preguntas, muy frecuentes, reflejan la confusión existente en un tema que tiene muchas repercusiones prácticas en la vida de fe. Por ello necesitamos conocer qué dice la Palabra de Dios al respecto, y sobre todo reconocer que somos seres humanos y que aun teniendo esperanzas en las promesas que Dios nos da en su palabra, es inevitable sentir dolor en el corazón por el ser querido que ya no está, añorarlo en fechas especiales, en vivencias del acontecer diario, en logros, en los sueños y metas que se logren sabiendo que ya no está.

    Cuando el creyente pierde a un ser querido, tiene muchos motivos de consuelo. Sabe que Cristo ha cambiado el sentido de la muerte, que ya no es el final de todo sino la transición a una vida «mucho mejor» (en palabras de Pablo). Sabe que la resurrección de Cristo nos da una esperanza firme de que volveremos a encontrarnos en «cielos nuevos y tierra nueva». Son muchas las promesas que mitigan la desesperación del creyente en los momentos de luto.

    Sin embargo, a pesar de los numerosos motivos de esperanza y del consuelo de la fe, ni aun el más fuerte de los santos puede evitar el dolor de la separación cuando pierde a un ser querido. Esta fue la experiencia del mismo Señor cuando, ante la tumba de Lázaro, lloró abiertamente. Las lágrimas de Jesús por la muerte de su amigo son altamente reveladoras. Nos enseñan varias lecciones esenciales para entender el proceso del duelo y «llorar con los que lloran» de forma adecuada. No ama más el que llora desesperadamente o el que no, el primer peldaño para elaborar un duelo es dejar que el dolor salga con la certeza de que así se comienza a menguar el dolor y que el amor de Dios te rodea con sus brazos.

    La fe cambia la naturaleza de nuestras lágrimas

    Después de todo lo dicho, sería erróneo concluir que el duelo de un creyente es igual al de la persona sin una fe personal en Cristo. ¡En absoluto! La fe cambia profundamente la forma de llorar. Lloramos, sí, pero lloramos de manera diferente, lloramos con esperanza. Porque hay dos «tipos» distintos de lágrimas: las que surgen de un corazón desasosegado, destrozado por la desesperanza de ver en la muerte el final de todo. Son lágrimas vacías, o quizás podríamos parafrasear a Hemmingway en uno de sus escritos, diciendo que son lágrimas «llenas de nada». Pero también hay lágrimas que coexisten con la serenidad y la paz de saber que la muerte no sólo no es el final, sino que es precisamente el comienzo de todo. Son lágrimas llenas de esperanza. Brotan de la mejilla de aquel que cree firmemente en la victoria de Cristo sobre la muerte en la cruz.

    «Conocemos que fuimos creados para vivir para siempre, Dios ha plantado eternidad en el corazón de los hombres» (Eclesiastés 3.11)

    Por tanto, aun en medio del luto, el creyente se considera bienaventurado. Es verdad que duele por un tiempo, y a veces duele mucho, y es difícil colocar al ser querido en un espacio especial en nuestras vidas, se logra dando un paso a la vez, el duelo se vive poco a poco, en cada una de sus etapas, y realizando tareas que nos van ayudar a replantearnos y poder seguir viviendo porque el dolor de la muerte es universal. Pero el duelo tiene fecha de caducidad El creyente llora, sí, pero llora «con gozo» –bienaventurado- porque es capaz de contemplar la muerte desde una óptica totalmente distinta. Vislumbra el otro lado de la muerte, aquella perspectiva luminosa de una vida con Cristo para siempre «quien enjugará toda lágrima de los ojos y donde no habrá más muerte, ni llanto, ni clamor ni dolor, porque las primeras cosas pasaron» (Ap. 21:3-4). Llora con esperanza; vive consolado.

    «Mira que te mando que te esfuerces y seas valiente; no temas ni desmayes, porque Jehová tu Dios, estará contigo donde quieras que tu vallas». Josué 1:9

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